Cuánto tiempo pasamos pensando en si decir o no algo por miedo a que el resto lo considere una burrada. Mucho ¿verdad?

En una excursión al monte habíamos llegado al objetivo (Pagasarri) cuando ví otra cima muy conocida (Ganekogorta) a la cual no había ido nunca. Aunque era pronto suponía otra hora más de camino, íbamos en cuadrilla con niños y la proporción de niños y adultos estaba muy igualada.

El caso es que decidí proponerlo, poco tenía que perder. “Voy a subir ligero al Ganekogorta, dicen que hay unas vistas preciosas” (previamente había aclarado con mi pareja si a ella le importara ocuparse sola de los niños ese rato). Al instante dos personas más dijeron “pues no es mala idea, yo tampoco he ido nunca” “yo sí he ido y es cierto que las vistas son espectaculares, me apetece un montón”.

En cinco minutos estábamos los tres subiendo la nueva cima y pasamos juntos un rato de sudor y amigable charla. Muy agradable. Subimos, disfrutamos de las vistas y bajamos a reintegrarnos en el grupo.

Después de todo, muchas de las cosas que pensamos, y repensamos, y volvemos a pensar están pasando por las cabezas de otro montón de personas a nuestro lado. La idea está ahí, esperando al valiente que la comparta en voz alta. Y mientras va desgastando nuestra energía mental.

Así que olvídate de que pueda ser una burrada y piensa que tal vez sea una magnífica idea y que puede que más de uno te agradezca que lo plantees y te siga en tu iniciativa. Si la planteas con el entusiasmo con el que la vives en tu cabeza seguro que acabas llevándola a la práctica con quienes te rodean.