Generalmente el primer día del año intento hacer un poco de todo lo que me gusta: leer, hacer deporte, conversar con mi familia, construir sueños con mi mujer, repasar mis oxidados idiomas, jugar con mis hijos y trabajar un poco retomando esos proyectos e ideas que algún año verán la luz.

En ello estaba, paseando a mi hija dormida en su silla disfrutando de mi particular visión del equilibrio y la conciliación, cuando me sucedió lo siguiente.

Andaba despacio por un camino rural y solo oía el ruido del carrito al rodar y el roce de mi abrigo y jersey al caminar. El paisaje era fantástico así que decidí pararme a contemplarlo unos instantes, entonces ocurrió.

Una vez desaparecido el ruido del carrito descubrí un montón de sonidos que estaban ahí sin haberlos detectado. Cerré los ojos y escuché el ladrar de unos perros lejanos, el amortiguado motor de un coche, varios cánticos de pájaros desconocidos para mí, pequeños ronquidos de mi hija producto del fin de su segundo catarro invernal, el ligero golpear de la lluvia sobre mi abrigo, la caída de gotas de agua desde las hojas de los árboles cercanos, el silbido del viento que mecía arboles y arbustos e incluso fui consciente del propio latir de mi corazón. Entonces unas campanas me despertaron de mi letargo recordándome que era hora de volver a casa. Unos instantes de serenidad imposible de describir en unas lineas.

Abrí los ojos y me pasó algo curioso con unos burros, pero eso es otra historia que ya contaré.

Moraleja: Siempre se puede andar mas despacio y de vez en cuando es bueno parar para eliminar todo el ruido del día a día y escuchar todos esos sonidos que nos acompañan sin sentirlos, algunos son maravillosos y cambiarán nuestra actitud ante la vida.

Esa es mi propuesta para empezar el año: parad, escuchad y sentid como late vuestro corazón.

Mis mejores deseos para este 2013 que acaba de empezar.